miércoles, 20 de marzo de 2013

El amor y sus necesidades




Cuentan los tiempos antiguos que aquí no había nada. Nada de nada. Es decir, imagina que estás en un claro del bosque, con sus árboles alrededor cercando este remanso despejado y lleno de luz. Los pájaros trinan algorítmicamente y las florecillas silvestres se agitan en vaivén.
Pues bien, ahora imagina que arrancamos todas las flores, los árboles, la tierra desaparece dejando desnuda la piedra, los pájaros dejan de trinar y la luz se extingue… ¿consigues ahora imaginar cómo era? ¿Sí? Es hora de comenzar a poblar este sitio.
Lo primero de todo es la luz, ¿de dónde viene la luz? ¿De la tierra? ¿Del aire? ¿Del cielo? NO. De ninguna de esas instancias. ¿De dónde pues? Del Amor ¿del amor? Sí, del amor. Esto era un sitio frío, inhóspito hasta que ha llegado el amor hecho luz.
Pero en un lugar con sólo luz no es suficiente…hay que cimentarlo sobre unos pilares estables. Llega la tierra, traída de muchos distintos lugares por el viento. Pero… ¡pero se resquebraja! Es ahora cuando la constancia regala las piedras inertes sí, pero fuertes y estables que sostienen la tierra sobre la que irradia la luz.
El tiempo se deja ver y riega con las semillas del futuro, las flores silvestres. Donde hay futuro debe haber presente, y  no son otros que los pajarillos risueños que picotean el suelo en busca de sustento y topan con las semillas del futuro… ¡No pueden comérselas! ¿Qué será del futuro si no existen las flores? ¿Y qué será del presente si estos pájaros no sobreviven? Fácil solución. Emanan de los pilares de este mundo árboles frondosos repletos de frutos que alimentan a nuestros ecos del presente y protegen el motor del futuro.
Parece todo tranquilo y sereno, un remanso de paz, los pájaros parlotean alegremente, comen, y sus deposiciones crean más semillas que pueblan la tierra. Pero éstas… ¡no crecen! ¿Qué les ocurre? Si tienen tierra, luz, piedras y los pájaros no las molestan, ¿qué les falta? Les falta la esperanza de un mañana que no es otra que el agua nacida del cielo que recorre los surcos de la vetusta piedra, la salta, penetra en la tierra y se hace dueña del corazón de las semillas haciéndolas brotar.
Ahora crecerán bajo la luz, bailarán con el gorgoreo de las aves, dormirán con el arrullo del agua y morirán sabiendo que si existió un fue y un es, por qué no un será. Puede que aquí o puede que allá, pero siempre tendrá lugar un puede ser.

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