martes, 27 de agosto de 2013

El sonido del violín fue lo que le llevó a su perdición. No era más que un simple acorde lo que atrapó su atención como tela de araña. Cerró los ojos y sintió las notas subir por cada milímetro de su cuerpo al ritmo que lo hace la lava de un volcán; lento pero imparable. No había más sentidos que su oído y su piel ante tal despliegue de emociones. Por una vez más quedó prendida en su ensimismamiento voraz e irreverente. Irreverente, pues poco importaba que sucediese alrededor, tan sólo ese sonido llenaba su mente y daba igual dónde, cómo y con quién estuviese. El corazón latía contra la piel y las sienes palpitaban al compás, sin perder por un momento el rastro de sudor que perlaba su rostro. Casi sin ser consciente abrió los ojos con la cadencia que la melodía dejaba tras de sí. Había dejado atrás el mundano ajetreo de una tarde de verano...












...Y ante ella se desplegaba un simple y delicioso ocaso.

(Sólo la parte de violín)