Prefacio
Cuentan
los caprichos de la tierra que no muy atrás en el tiempo, las voces de la noche
dominaban todo acre de suelo, ansiaban la vida de sus lares pues ellos no
tenían más que ánima en su interior. Y se preguntaran ustedes qué podría
importar la vida, si ya poseer alma era cosa importante. Sí, viajaban a
menester propio pero no podían gozar de los placeres corporales y mundanos.
Iban y venían como soldado sin patria, como saeta sin diana, como río sin agua,
como espada sin víctima…
Una
mañana bañada por el rocío una hermosa joven disfrutaba de un paseo por un frondoso bosque. Cantaba
una alegre melodía al compás de los ruiseñores a la vez que mecía su espesa y
oscura melena al caminar. Como si de una ráfaga de aire se tratara una masa de
humo negro se le metió en el pecho, dejando sin expresión su mirada…
-Esposa
mía, ¿por qué marchas de mi lado y de nuestros hijos tan repentinamente? ¿Qué
os pasa?
-Dejadme
ya de una vez…No quiero seguir más bajo este techo. Cometí un error casándome
contigo- dijo la mujer de cabello oscuro a su mirada con un gesto de
indisimulado desprecio. Dicho esto, salió del hogar más que con lo puesto.
-¡Por
fin tengo cuerpo propio!-gritó con desgarro.
***