lunes, 1 de diciembre de 2014

Agujero de gusano

Los agujeros de gusano nos llevan a dimensiones inexploradas donde existen seres con corazones grandes y egos pequeños.
 Así fue como lo conocí. E2 era de esas entidades que te removía la conciencia y veía lo bueno que había en cada célula de tu cuerpo; se paraba justo delante tuya, inclinaba la cabeza y miraba dentro de la vorágine de sensaciones, colores y pensamientos de tu mente. Dentro de la mía encontró tranquilidad, azul y el continuo "Sé quien soy" de mi cerebro. Me sentí reconocida, hermosa y enganchada a su inspección exhaustiva pero no dolorosa ni burlona. Había estado perdida lustros en mi microcosmos interior sin darme cuenta de que yo estaba ahí, en esa isla de tranquilidad. Azul y sabiendo exactamente quién era y qué quería; a mí misma. No recordaba cómo había olvidado amarme y comprenderme. E2 me mostró las partes diáfanas de mi ser pero también las oscuras. Lloré. Lloré hasta reír y volví a llorar para volver a reír abrazada a mi mente. Mis labios permanecían en una suave semiluna; mi mirada hablaba por sí sola. Mi desnudez no me avergonzaba, al contrario, me enorgullecía. Pensamientos y sensaciones que fueron trazando un camino desde mi isla azul y tranquila hasta la siguiente dimensión.
E2 y yo comenzamos una expedición de exploración interdimensional. En ella, él contactaba con otras psiques confundidas como la mía. Mientras, yo avanzaba en la construcción de puentes y conexiones entre las distintas ciudades de mi microcosmos. Hasta que llegamos (no diré la última, pues hay miles de dimensiones) a la dimensión definitiva. Allí se separaban nuestros caminos. E2 se paró por última vez justo delante de mis ojos y asomó su cálida curiosidad a mi isla. Lo que vio le gustó. Lo supe por su risa al recorrer mis puentes en pos de la brisa marina que azotaba la madera. O por su honda respiración al llegar al valle de mi imaginación. Por su llanto al subir a la montaña de mi desesperación o su silbido en la garganta de mi pasión. Esta vez fui yo quien cortó el lazo.

Siempre debemos dejarnos un trocito de isla sin explorar para nuestro propio disfrute.


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